jueves, 29 de octubre de 2009

CITA A CIEGAS

La vi.
La vi desde la ventana opuesta del The Classic. Traía su clavel, como habíamos acordado. Encendía un cigarrillo y estaba maquillada como una muerta en un cajón, a punto de ser llevada a su morada eterna.
La vi. Cuarentona. Le dolían tanto esos cuarenta abriles que seguro acusaría treinta y pico, sin dar más precisiones.
Era aburrido.
La vi y supe que la vida no esconde sus crueldades sino que las exhibe impunemente, y las proclama a los cuatro vientos, sólo con un afán de burla.
La vi. El tiempo pasó su lija por la piel blanquísima, por las pestañas, por el pelo oxigenado y baqueteado.
La vi y me dio cierta pena ese Marlboro que se consumía entre sus dedos, ese polvo ruin de la oxidación del tiempo que provoca notorios desmanes.
La vi, sin que ella me viera, pero eso no impidió darme cuenta de que ella era yo.
También mi tiempo de metamorfosis me había alcanzado y había tocado fondo. También yo tenía ojeras violetas y humo en los pulmones y cascabeles horribles en el cerebro.
Sentí miedo de mí, sentí náuseas por mi cobardía. Creí que lo que ambos buscábamos no alcanzaría siquiera a enternecer el pasado.
Tiré mi clavel y ella deshojó el suyo.
Me fui sin que se diera cuenta.
Uno de los actos más lúcidos de mi vida.