domingo, 28 de marzo de 2010

LA COCA

Paula Russo Biestro publicó una foto de Isabel Sarli en su muro de Facebook —no ésta, otra. Pero inspiró este post—
Y el vértigo acudió como un caudal inmenso. Y el arribo al pasado resultó inevitable.
Fue retroceder más de veinte años y reencontrar a los antiguos amigos de entonces, que ya no están perdidos porque Facebook todo lo recupera y lo recicla, incluso la melancolía por lo que se perdió.
Lo que la red social jamás podrá devolvernos son las sensaciones, los olores, el tacto, y los lugares que el tiempo destruye sin piedad.
Y en mi memoria vuelven a aparecer todos: Rubén, Daniel, Franco, Chelo, Victor.
De repente el pasado se torna presente y ahí vamos otra vez, pateando las calles desoladas del barrio, que nos separan del cine Regina de Munro.
Y ahí estamos, falsificando unas caras de hombre que nadie se cree, y mucho menos el acomodador y el boletero del cine. Pero entonces la magia ocurre y se prenden ellos también para jugar el juego, para guiñar un ojo y hacerse los boludos y permitir que el universo se mueva como tiene que moverse.
Y ya estamos adentro, temblando, ansiosos, con nuestros trece y catorce años a cuestas, caminando por el oscuro pasillo del Regina, rumbo a la primera fila.
Así sucede, como un agua clara que se desliza dócil. La luz que se apaga de pronto, la oscuridad como una promesa de divinos secretos, la pantalla que se ilumina con colores bizarros.
Y entonces surge ella: enorme, terriblemente hembra de ojos entornados, de voz gravísima, de movimientos torpes que no opacan su sensualidad. El negro pelo como una cascada de ensueño.
Y las tetas, sí, enormes, abarcativas, carnosas.
Esas tetas que hacen posible todo. Que cubren, que perfuman, que liberan.
Tetas capaces de captar el pasado y el presente en una sola jugada, de contenernos enteros a aquellos que estamos en la primera fila, transpirados y jadeantes.
Tetas sabias de todo saber. Eruditas en el arte de apretarnos, de juntarnos y calentarnos, de decirnos sin palabras que la vida es una puta barata que se juega por nosotros y la muerte una puerca bastarda que no existe.
Ahí la Coca, la eterna Isabel Sarli que supo poblar nuestros primeros sueños, y nuestras insomnes noches de vigilia.

sábado, 20 de marzo de 2010

CHARLY

Participé de todas las antinomias que nuestro país forjó solemnemente. Sólo prescindí de una:
aquella que en los años setenta y ochenta oponía a Charly García contra Luis Alberto Spinetta.
En uno de los pocos instantes de lucidez de los cuales me puedo jactar, me aferré a la revelación de que en la República Argentina existía lugar para dos genios. Dos talentos contemporáneos. Dos labradores del espíritu.
Y que yo no podía ser tan imbécil de abstenerme de uno para alabar al otro.
Aunque mi amor por Spinetta llegó a alcanzar la cúspide de la adoración, jamás se permitió prescindir del sol cautivante de Charly García.
Y es en este post que quiero referirme precisamente a él.
No se asusten.
No voy a realizar un estudio seudo intelectual de su música, ya que mis conocimientos en esa materia transitan más bien el sendero de lo empírico.
Lo que sí pretendo, lisa y llanamente, es manifestar por qué lo quiero al tipo.
Dar las razones —¡vaya paradoja!— de mi cariño por este hombre de bigote extraño y carácter díscolo.
Aquí va.

I) Porque a mis catorce años vi a Serú Giran frente a la casa de mi infancia, en el boliche Fama, y llegaron tarde y sonaron pésimo. Pero estábamos con los pibes de la cuadra y a mí me pareció el show más impresionante de la historia.

2)Porque después los volví a ver en la Rural. Esta vez gratis, aunque ya lejanos, poderosos, inalcanzables. Y recuerdo también mi jardinero Kalvin Klein de aquella noche, y una melena ensortijada que el tiempo se ha encargado de borrar para siempre.

3) Porque cuando escuché por primera vez aquello de "...la fiebre de un sábado azul/ y un domingo sin tristezas..." casi se me para el corazón.

4) Porque cada vez que oye a Serú Girán, mi amiga Geraldina dice que me recuerda.

5) Porque nos íbamos de campamento a Córdoba o a Capilla del Señor, y por las noches encendíamos un fogón para tomarnos una ginebrita, fumarnos unos porritos, y cantar canciones de Sui Generis.

6) Porque en mi barrio, en cada esquina, a principios de los ochenta, banditas de pibes bailaban con sus radio grabadores hasta que amanecía.
Y el tipo cantó entonces "... yo quiero ver muchos más delirantes por ahí/ y bailando en una calle cualquiera..." Y desde ahí siempre me pregunté cómo carajos sabía un tipo de Barrio Norte lo que sucedía en un humildísimo culo del mundo perdido en el conurbano bonaerense.

7) Porque en el estadio de Ferro bombardeó Buenos aires ante una multitud incrédula que observaba todo con la boca abierta.

8) Porque Piano Bar me conmovió hasta las lágrimas, y porque a la salida del concierto de presentación en el Luna se llovió todo y con mis amigos saltamos los molinetes del subte B, meándonos de risa.

9) Porque siempre sorprende, porque se caga en toda regla, porque se reinventa, y muere y resucita, y vuelve a morir y a resucitar.

10) Y porque cuando necesité dejar el lugar en donde vivo por unos arreglos que debían realizarse, la madrina de An nos prestó un departamento pegadito al del tipo, en Coronel Díaz y Santa Fe.
Y allá nos fuimos, con nuestra hija Ludmila, que contaba sólo tres meses. Nuestra pequeña hija, que no nos dejaba dormir entonces, acosada por los cólicos.
Allí nos fuimos —como digo—, con nuestras ojeras y nuestro mal humor y nuestros desvelos ( en el amplio sentido de esta palabra). Y cuando ya instalados en el departamento arribaba la noche, oíamos al tipo tocar su piano. Y nos sentíamos poseídos, alucinados, arrastrados por aquella música de ensueño. Y Ludmila —al son de ese mismo piano— comenzó a dormir de un tirón por primera vez.


Por todo eso lo llevo en el corazón.
Como diría la querida Negra Sosa: Charly García, argentino.

cuadro de Charly Garcia realizado por TMK, hallado en TARINGA!

domingo, 7 de marzo de 2010

LA PUTA MUERTE

Porque a veces duele.
Duele esta ciudad con sus arterias hinchadas de veneno.
Duele ese grito de gol en la garganta rota, inequívoca, de las almas que purgan su muerte cotidiana.
Porque se muere de deseo, y de dolor, y de infinita rabia.
Acudo a los poetas, a los místicos.
Acudo también a los vendedores de carne, en cualquiera de sus formas.
Unto mi cuchillo de carnicero con las plumas de la paloma que se posa en la pared de mi ventana.
La paloma que me despierta con su arrullo matutino, y que puteo aplicadamente, sin obviar por supuesto el zapartillazo seco contra la persiana, contra la voraz mansedumbre que el cuerpo soporta cuando el sol afina sus rayos.
Y después el mate.
Duele el mate también, y cómo.
Duele la ebullición de la pava, las blancas burbujitas que recuerdan al detergente, a las lágrimas de Ariadna por Teseo, a las lágrimas del Minotauro por Ariadna, a mi propio llanto en esa sepultura donde mi tumba jamás halla consuelo.
Desbocado.
Aterido
Ido.
Acudo con mi hacha de monte al pie del dolor de los asesinos, propios y ajenos.
Duele eso también, y las cimitarras sarracenas, y Borges duele —¡siempre duele Borges!— y el alud de la simiente de los ángeles que desearon a las mujeres de la tierra en el principio de los tiempos.
Y duele la mujer, consonante y tonante.
Y duele el hombre fatigante, andante, soñante.
¿A qué vera enrostrada de nosotros mismos arribará la mansedumbre de nuestros propios cuerpos?
¿En qué oasis de sombra la monotonía pulirá el sepulcro en el qué me hallo?
El sitio en donde cada mañana me despierto, donde en cada amanecer puteo contra el arrullo de las paloma que me roba el sueño, que me pelea con su multiplicidad y su dejarse ser.
Y duele el duelo del pleno dolor, de ese que no alcanza ninguna causa, de ese dolor que no justifica una migaja ni un zapatillazo ni la patada en los testículos de la razón pura, aunque Kant nos aplauda o nos deplore desde su butaca celestial.
Duele la muerte a secas, sin disfraz.
La pura puta muerte.  
Y cómo duele.

viernes, 5 de marzo de 2010

EL PLAN

Y yo le dije que era imposible.
¡Es imposible! —le dije—, estás loco.
Y apenas me miró por encima del cortado.
De vuelta en el Arrufat, Paco Arístides Rojas, escritor, me contó su plan.
Cuando terminó, bebía mi último trago de wisky berreta.
Hablé sin vacilar:
— No sirve, Paquito, hay que tener agallas, no vas a poder.
Lo dije a propósito, para provocarlo, para que le doliera. Y me miró con furia.
Si algo tiene este hombre son precisamente agallas, huevos, garra, o como quiera llamársele.
Y también posee la rara virtud de la tozudez. Pero, ¡claro! abunda en el defecto más terrible de todos: el de la esperanza.
Y ahí radica el punto.
Él me contó que tenía todo calculado: los horarios de la casa, las costumbres, las excusas, los momentos propicios...
— ¡Y luego un balazo en el corazón, que se cague el tipo!
Así lo dijo. Golpeando sobre la mesa.
Me reí.
— Vos sos incapaz de matar una mosca —le murmuré.
— Este tipo se lo merece, es un farsante —me contestó
— Tal vez se lo merezca, no lo niego. Pero yo dejaría que el tiempo cumpla su fatal designio. Tarde o temprano la muerte tomará las riendas del asunto, sin utilizarte a vos como instrumento.
— No —se enojó—. Tiene que ser ahora. Termino el cortado, voy, y le meto un tiro.
Se levantó.
Antes de partir me desafió a que mañana leyera los titulares de los diarios, que pusiera C5N, o Crónica TV, que es más sangriento.
El escritor Paco Arístides Rojas salió a la calle, se tomó un taxi, y se perdió por Santa Fe.
Yo lo imaginé en esa travesía taciturna: la mirada distraída en el zoológico urbano. El taxi agarrando por el bajo, la casa de gobierno.
Imaginé a Paco llegando al departamento de Defensa y Carlos Calvo, saludando al portero como si tal cosa.
Lo presentí subiendo en el ascensor al sexto piso.
Lo imaginé extrayendo el llavero del maletín, girando la llave con dos vueltas: la sala oscura, la casa silenciosa. Herminia todavía no regresó — Él ya lo sabía—.
Lo vi —sin verlo— entrar en la habitación, encender la luz del velador, sacar la Colt del cajón de la cómoda, y descerrajarse un tiro en la boca .
Porque el escritor Paco Arístides Rojas planeaba matar a Paco Arístides Rojas. Ni más ni menos.
¿Lo habrá logrado?
Yo creo que no.
Paquito atesora virtudes abundantes, ya lo dije. Virtudes que no excluyen el coraje. Pero posee el peor de los defectos: la esperanza.
Y como expliqué antes, ahí se abre la grieta.
Si ustedes quieren, mañana examinen los titulares de los diarios.
Yo no.
A mi no me acompaña el ánimo.