domingo, 11 de abril de 2010

MAÑANA EN EL ABASTO

¿Qué es lo que Flavia ansía encontrar a esta hora?
¿A qué destinos pretende arribar?
El sol lento se posa sobre los adoquines. Las escaleras del subte B amanecen silenciosas, con ese lánguido aire de domingo, aburrido y melancólico a la vez.
Ocho de la mañana.
Pibes borrachos que regresan a sus casas, que mean los portales de las casas vecinas, que miran a los ojos con ínfulas de rebeldía.
Dan ternura. Uno también caminó los veinte años y se tragó todo ese rollo.
¿No, Flavia?
Ella se ríe. Sentada en un umbral mugriento, enciende un cigarrillo.
—tengo que dejar de fumar —dice— tal vez hoy sea el día indicado.
Tal vez.
Y expulsa el humo, displicente.
Flavia extrae un espejito de su cartera y se retoca el maquillaje, se acomoda el vestido, y mira hacia el sol, tomándose las piernas.
Yo dejé de fumar hace rato, pero el aroma dulzón de los Parliament se cuela en mis pulmones y me marea, me entrecierra los ojos y me ondula en la ensoñación de la mañana.
Le cuento a Flavia que escribo en dos blogs, que tengo un tercero que se llama "Lengua Rollinstonera", pero que en realidad no es mío, sino de Mister Hyde.
Se ríe, se acomoda el corpiño, las tetas se sacuden en un rítmico vaivén.
—¿Me vas a contar? —le pregunto.
Y me cuenta. Me habla de una infancia en Los Toldos, de una casona con un jardín en el fondo, de enormes amapolas. Me habla también de un abuelo de bastón y mecedora, contando cuentos frente a la chimenea de la sala.
Luego el colegio primario, y el secundario a dos cuadras. Sus sueños de estudiar abogacía en Buenos Aires, el noviazgo inaugural, la cargada de los compañeros, al principio tímida, después feroz.
—Pueblo chico, infierno grande— digo, transitando el más común de los lugares.
Y me siento estúpido, mucho más estúpido que los tipos que buscan el calor de Flavia por las noches, que paran sus automóviles en la esquina de Sarmiento y Agüero, que pelean el precio con uñas y dientes, y que después se pegan un baño para regresar a sus casas limpios, inmaculados, asépticos. Con la suficiente impecabilidad como para besar a sus hijos y a su esposa, sin que la hipocresía se les filtre por los poros.
Flavia se ríe.
—Es qué lo peor me pasó aquí, en Buenos Aires— dice.
Y cuenta otra vez. Tiene ganas de hablar. Habla como si se tratara de una conversación iniciada en otro tiempo, en otro sitio.
Cuenta los cuesta arriba, la mojigatez enorme de esta ciudad enorme, las frustraciones, la carrera de abogacía que ni pudo comenzar, los sueños rotos.
Me muestra sus documentos: Marcelo Antonio Hechegaray.
—Pero ese no soy yo —explica— de eso estoy bien segura.
Me río yo también, y acepto el último Parliament que le queda en el paquete.
Sé que no le importa.
Sé, también, que hoy ha fumado su último cigarrillo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

el sentido de los personajes urbanos. buena crónica
Grisel

Patricia K. Olivera dijo...

Interesante blog, me gusto mucho el relato!
Un saludo PTB!!

Te voy a seguir!!

Tu Analista dijo...

Linda historia, y buen giro hacia el final!
Me gustó.
saludos PTB

Sergio Bonomo dijo...

Grisel: Gracias por llegarte. La ciudad esc upe personajes y situaciones todo el tiempo

Patoka: Gracias, te visitaré.
Un abrazo

Tu Analista: Gracias por tus conceptos
Te voy a visitar en tu blog